Cuántas veces decimos a los niños que sean hombres (y a las niñas que sean mujeres), con la intención de que se comporten seriamente, de que afronten las circunstancias con realismo y valentía.
Pues eso es lo que nos ha dicho el resultado del partido contra Holanda: que dejemos de jugar a creer ser superhombres, que tal cosa no existe.
No somos más que nadie, como tantas veces hemos proclamado a lo largo de los últimos años, pero tampoco somos menos que nadie, como creímos durante décadas. Por cierto, ese es el mismo mensaje que están recibiendo en este Mundial también otras Selecciones y aficiones…
Hoy recuperamos la vulnerabilidad de la condición humana que creímos vencida; hoy no saldremos a jugar sintiéndonos vencedores, sino sabiendo que delante de nosotros hay otro equipo que puede vencernos. Y que, precisamente por eso, nuestro esfuerzo debe ser el máximo. Otra cosa no vale.
¿Significa eso que volvemos a la mediocridad de antes de 2008? En absoluto. Significa solo que nos toca ser hombres, y eso ya es bueno por sí mismo…
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