Leonidas, el rey de Esparta que pereció junto a 300 hoplitas espartanos en la batalla de las Termópilas, dio a su nombre un carácter legendario que traspasó las fronteras del tiempo. Quizá los padres de Leônidas da Silva pensaron que su hijo iba a hacer algo grande en la vida y merecía llevar ese nombre.
Leônidas nació en 1913 en Río de Janeiro, provenía como tantos futbolistas, de una familia humilde; sus primeros campos de fútbol fueron las favelas, donde comenzó la leyenda; en las calles aprendió Leônidas la esencia del fútbol. Dicen en Brasil que allí fue donde ‘el diamante negro’ aprendió e inventó regates y remates que serían tan famosos en la historia del fútbol como la chilena o regate de bicicleta. Inventara ese regate o no, Leônidas no pasó a la historia sólo por eso, sino por su participación en el Mundial de Francia de 1938, donde consiguió ser el máximo goleador con siete goles y llevar a Brasil hasta semifinales, en las que cayeron frente a Italia, que finalmente sería la Campeona en aquella cita mundialista.
El goleador descalzo
En los octavos de final de aquel campeonato se enfrentaron Brasil y Polonia, concretamente el 5 de junio de 1938 en el estadio de La Meinau de Estrasburgo. El encuentro fue muy emocionante, con ambos equipos muy entonados de cara a puerta; el partido se decidió a favor de Brasil en la prórroga por 6 goles a 5.
Hubo dos jugadores que destacaron en aquel partido. Por parte de Polonia Ernest Willimowski, que logró marcar cuatro goles al combinado brasileño. Por parte carioca, cómo no, Leônidas da Silva, que para no ser menos también anotó cuatro goles (aunque la FIFA le otorgó sólo tres).
Sin embargo fue el tercer gol anotado por Leônidas el que generó la leyenda del goleador descalzo. Aquel día diluvió en Estrasburgo y el campo se convirtió en un barrizal. En el tiempo extra, con toda la tensión de una eliminatoria del Mundial, a Leônidas se le rompió la bota derecha. Corrió a la banda para buscar una solución al problema. El utillero trataba de remendar la bota de cualquier forma, pero no lo conseguía, y el tiempo corría demasiado deprisa. Con todo lo que había en juego, un jugador de la talla del ‘diamante negro’ no podía permitirse esa pérdida de tiempo, así que se descalzó también la bota izquierda y saltó al campo descalzo.
Y fue así, descalzo igual que empezó a jugar al fútbol en las favelas de Río de Janeiro, como marcó un importante gol. El campo era un lodazal tan grande que nadie se percató de que Leônidas había marcado aquel gol descalzo.
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