La historia del fútbol tiene sus páginas oscuras, sobre todo en el tema de los encuentros entre clubes. Partidos violentos, tanganas entre jugadores, peleas entre el público… En la memoria de todos se encuentran las catástrofes ocurridas en estadios de fútbol como el de Heysel en Bélgica o el de Hillsborough de Sheffield.
En la historia de los mundiales por suerte no ha habido catástrofes de la magnitud de las comentadas, pero sí que existen algunos partidos que han pasado a la historia por hechos que nada tienen que ver con el espíritu que debe dominar el deporte: nobleza, competición y respeto por el rival.
Así ocurrió en el encuentro que enfrentó a Hungría contra Brasil en el Mundial de Suiza de 1954. Se jugaban los cuartos de final del Mundial en el Wankdorfstadion de Berna. A priori era un partido de los que todo el mundo quiere ver: por un lado, los vigentes Subcampeones del Mundo, Brasil, que venían de sufrir el ‘maracanzo’ de 1950; y por otro, la Selección húngara, Campeones Olímpicos, que estaban desarrollando un juego espectacular y llevaban más de treinta partidos sin perder. Zezé Moreira, el seleccionador brasileño, aleccionó a sus jugadores antes de saltar al campo: “Esta es la revancha del Maracaná, es la final del Mundial”.
El encuentro se desarrolló desde el principio con una actitud violenta por parte de los dos equipos, con entradas duras y salidas de tono. Hungría se puso 2-0 en sólo siete minutos, con goles de Hidegkuti a los tres minutos y Kocsis a los siete. Antes del minuto 18, cuando Brasil iba a recortar distancias de penalti, ya se había producido la primera tangana, cuando Brandaozinho golpeó en la cara precisamente a Hidegkuti. Se enzarzaron jugadores y aficionados; finalmente fue la policía la que tuvo que devolver la paz al juego.
Todavía en el primer tiempo, minuto 38, Didi lesionó a Czibor, tal vez de involuntariamente y en el 42 el lesionado resultó Tóth, aunque se recuperó y pudo volver a jugar en el segundo tiempo.
No se sabe que ocurrió en el descanso, ni que es lo que dijeron los entrenadores a los futbolistas, pero lo peor de la batalla de Berna estaba por llegar.
A los 15 minutos del segundo tiempo, penalti por mano en el área de Brasil; marca Lantos y 3-1 para Hungría. A partir de aquí las cosas empiezan a torcerse; los brasileños se quejan de las excesivas faltas tácticas que cometen los húngaros, el árbitro no es capaz de controlar la situación y los ánimos se van calentando más y más. Julinho consiguió el 3-2 en el minuto 65. En el 71 Boszik y Nilton cambian de deporte y pasan al boxeo: pelea a puñetazos con la correspondiente tangana, que termina en la expulsión de ambos jugadores. En el 79 el expulsado es el brasileño Humberto, después de una entrada a Lorant.
Aún había tiempo para el empate. Brasil apretaba los dientes y subía al ataque; sin embargo no sólo no pudo conseguirlo, sino que Hungría remataba el partido en el minuto 88 con un gol de Kocsis.
Tras finalizar el encuentro se desató la verdadera batalla. No se sabe exactamente qué la desencadenó, pero cuenta la leyenda que Puskas, que había estado todo el partido en el banquillo, se acercó al de los brasileños y se burló del seleccionador Zezé Moreira, quien, ayudado por Pinheiro, respondió agrediendo al crack húngaro. La respuesta húngara fue que alguien rompió una botella en la cabeza de Pinheiro. La pelea se trasladó a los vestuarios, donde se enzarzaron todos los jugadores, dirigentes, utilleros, aficionados… Volaron botellas, puñetazos y patadas; se desató, en definitiva, una pelea monumental que nadie podía controlar. Las autoridades suizas tuvieron que llamar por megafonía a todos los policías que había en el estadio para que bajaran a los vestuarios a controlar la situación; sólo así se pudieron apaciguar los ánimos.
A botellazos, patadas y puñetazos se acababa de escribir una de las páginas más oscuras de la historia del fútbol y de los mundiales.
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