Brutal partido del Atlético. Así tiene que comenzar una crónica que debe explicar cómo un equipo llega a la transcendental cita de un partido de vuelta de Champions ante el todopoderoso Barcelona sin sus dos principales baluartes -junto a Courtois- Diego Costa y Arda Turan.
El Cholo Simeone lo sintetizó perfectamente al finalizar el partido: “como en las grandes batallas, a veces no gana el mejor sino el que más cree en la victoria”. Perfecto, nada más que añadir, Diego, lo has dicho todo: el Atlético estaba mermado por dos bajas fundamentales, pero creyó en la victoria y dobló su fortaleza. La fe mueve montañas y eso sucedió en el Vicente Calderón, en un auténtico acto de fe, en un festival de fútbol total, con el contagio de una parroquia espoleada por el sentimiento de un club tan especial, con el aliento de Luis Aragonés echando más calor a una fogosa grada que llevaba en volandas a once titanes que se merendaron a un asustado Barcelona.
Lo que hizo el Atlético es simple y llanamente memorable
Pero, cuidado, que el soberbio partido que realizó el Atlético no puede quedar limitado a un acto de fe, a una arenga superlativa de un entrenador o al empuje de la grada, ni mucho menos; esos condicionantes fueron el aderezo a un plato exquisito de fútbol, la mayor demostración que yo nunca he visto de un juego en colectividad, de una solidaridad futbolística de once jugadores que tocaban y movían el balón al son de una presión infernal que hacía que el Barça ni viera el balón. Porque, señores: gol de Koke, tres balones al palo, tres intervenciones de Pinto, pueden resumir lo que se vio sobre el césped del Calderón. El bloque sobre las individualidades, un fútbol solidario, plagado de ayudas entre los jugadores, bajo el embrujo de un líder en el banquillo, el heredero del espíritu del colchonero por antonomasia, don Luis Aragonés. Porque Diego Pablo Simeone resume lo que es el Atlético: luchar para ganar, ganar para luchar, sufrir para luchar y, si no se consigue el objetivo, levantarse de la lona y volver a luchar hasta el final.
Lo que hizo el Atlético es simple y llanamente memorable, no por conseguir la clasificación para disputar la Champions, posición que perfectamente es asumible para un club tan grande, sino por ganar de una forma tan noble, por demostrar que el fútbol es un deporte de equipo en donde debe primar el colectivo sobre las individualidades. Los colchoneros rozaron la perfección y se elevaron a un fútbol que hacía muchos años que no veía. Fue ejemplar, fue maravilloso, fue un ejemplo. Felicidades, Atlético.
© Antonio Muelas, 2014 { [email protected] }
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