Supongamos que España está jugándose el pase a cuartos de final del Mundial de Brasil, en una calurosa tarde de verano, en una ciudad del nordeste brasileño, con 40 grados de calor. Supongamos que el rival se ha cerrado atrás, que físicamente es superior y que además su motivación por ganar a la actual Campeona del mundo hace que su esfuerzo se vea multiplicado.
Imaginemos que ese oponente consigue aplicar el único antídoto conocido hasta el momento ante el imbatible juego español, y que esa pócima mágica del toque que ha provocado la revolución ilustrada del fútbol, que ha inculcado la Selección española, no sea suficiente en un torneo tan corto como un Mundial.
En esa angustiosa y endiablada tesitura pongamos en el terreno de juego a Diego Costa, un brasileño con nacionalidad española, un hombre que se ha curtido futbolísticamente en el barro, que en España se hizo futbolista en la barriada obrera de Vallecas, un jugador acostumbrado a pelear, discutir y luchar.
Diego Costa supone el contrapunto a la cara angelical que representan los bajitos que tocan y mueven el balón al son de un orfeón. No hay que confundir los conceptos futbolísticos: Diego es un buen chico, tiene nobleza, también inteligencia; su gran virtud ha sido adaptar su manera de jugar a la de un tipo que debe sobrevivir en un terreno de juego.
Vicente Del Bosque ha llegado a una conclusión: esta Selección necesita un delantero diferente, alguien que le dé un margen de maniobra distinto a lo que el mundo futbolístico ha contemplado en los últimos años. Y el elegido es el delantero del Atlético de Madrid, un jugador que define como pocos, un hombre que en carrera es portentoso, un ariete cuya comprensión del juego y del espacio asombra, pero, además, un jugador que destaca por su versatilidad.
El equipo puede necesitar un punta, pero es posible que haya una situación del partido donde él deba jugar como centrocampista en una banda, haciendo una función totalmente distinta. Quizá lo que necesite la Selección española en esa imaginaria tarde veraniega en aquella ciudad del nordeste brasileño, en aquel partido trabado de una gran cita de un Mundial, es un jugador que desquicie al rival, que ponga mala cara, que grite. Quizá en ese momento decisivo nos acordemos de un valiente futbolista que se atrevió a rechazar a la pentacampeona del mundo para apostar por la Selección de los sueños de los que buscan el fútbol ilustrado.
©Antonio Muelas, 2014 { [email protected] }
Lo que va a dar a España este jugador es mala gaita,somos un gran equipopero nos falta garra,luchar partidos trabados,cancheros,esto es lo que va a dar Costa
Sólo espero que no se arrugue en el Mundial, con todo Brasil en su contra….
No da la sensación de ser un jugador que se arrugue…..