A la gente más joven puede parecerles imposible la asociación que el título de este artículo propone.
En efecto, en las últimas décadas el fútbol se asocia más bien al fanatismo de personas carentes de cultura o a otra de las drogas a las que recurre gente aburrida y poco exigente.
Es cierto que a veces los estadios de fútbol parecen tomados por masas violentas, pero casi nunca son la mayoría, sino más bien una minoría escandalosamente ruidosa.
También es cierto que algunos medios se nutren de basura y la esparcen, fieles al principio de que ‘las buenas noticias no son noticia’ y prolongando la bazofia del cotilleo.
Sin duda alguna, el que cada día se mueva más dinero en torno al fútbol es lo que más perjudica a este deporte.
Pero nada de eso es propio del fútbol, sino tan solo de la torpeza y de la bajeza humanas, que se manifiestan igualmente en otros contextos.
El fútbol ha apasionado a muchos intelectuales a lo largo de su historia. Albert Camus (1913-1960), escritor francés que ganó el Premio Nobel en 1957, decía que «todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol.»
El genial escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940), igualmente apasionado del fútbol, ironiza sobre el mismo: “En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol”.
Y también en España, por supuesto, tenemos grandes intelectuales aficionados. Por ejemplo, Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003), quien decía que «el fútbol me interesa porque es una religión benévola que ha hecho muy poco daño.»
De todos es conocido el gusto del Papa Francisco por el balompié, pero tal vez no todos conozcan la simpática cita de Juan Pablo II: “De todas las cosas sin importancia, el fútbol es, de largo, la más importante”.
Claro que también hay intelectuales que aborrecen este y otros deportes… Con todo su derecho.
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