A los españoles nos gusta apropiarnos de lo que representa la figura de don Quijote, olvidándonos de que se trata más bien de un símbolo universal que nacional. La huida de lo real hacia lo imaginario pertenece a la condición humana.
Quienes tengamos suficiente edad seguro que recordamos el Mundial de 1982 celebrado en nuestro país; sí, el del Naranjito.
Todos quisimos pensar en aquellos momentos que nuestra Selección podía ganar el Mundial. Parecía que se tratase solo de mentalizarse… Solo de eso. Antes de cada partido de la que aún no se llamaba la Roja, las bandas de música de los pueblos ofrecían pasacalles motivadores que anticipaban la victoria. Por un instante llegamos a convencernos. Justo hasta el momento en que el árbitro del primer partido de nuestra Selección dio comienzo al mismo, y nuestros jugadores se abalanzaron en masa y con desorden hacia el balón, como niños pequeños entusiasmados que jamás hubieran jugador al fútbol.
Nadie podía soñar, tras aquella nueva decepción, que pocas décadas más tarde, la Selección española, ahora sí apodada la Roja, alcanzaría las cimas más altas del fútbol, en una etapa dorada de más de un lustro.
En Brasil a la Roja le ha faltado de todo. Incluso su último grito de guerra (‘podemos’) exitosamente capitalizado por un nuevo partido político. Si el apelativo al color de la camiseta ya molesta a algunos, haber mantenido el ‘podemos’ tras las elecciones europeas habría generado más de un conflicto…
El Mundial de Brasil 2014 está siendo un examen de quijotismo no solo para España, sino para la mayoría de países. Las Selecciones favoritas, con sus millonarias figuras y primas, a muy duras penas consiguen vencer a otras que en principio no contaban. ¿Acaso el fútbol está en crisis?
Todo lo contrario: el fútbol está en su máximo apogeo. Lo que cuenta a la hora de la verdad no son los rankings de la FIFA, ni los sueldos ni las primas; ni siquiera las banderas. Lo que finalmente decide es el esfuerzo y el acierto de los futbolistas.
Miguel Illán, Zaragoza.
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