No hay un club que presuma de la grandeza del Real Madrid; su hegemonía en Europa es incuestionable con sus diez Copas de Europa.
En la Final de Lisboa ante el Atlético, el club de Chamartín volvió a demostrar por qué es capaz de alcanzar tan inmenso honor.
Dicen los más veteranos que el Madrid ganó sus primeras cinco Copas de Europa a base de buen fútbol, guiado por el mejor jugador de los años 50, Don Alfredo Di Stéfano, pero además consiguió sus réditos con una enorme nobleza, una insuperable capacidad de lucha y unos valores que le hicieron perseguir las victorias hasta el final, sin cejar en el empeño y luchando hasta el último segundo, hasta la última bocanada de aire. Pues es eso lo que se pudo ver en Lisboa: un equipo que físicamente estaba muy mermado, que no hizo un buen partido en líneas generales pero que no desistió nunca de tratar de igualar el gol que marcó Godín.
Sergio Ramos es un magnífico representante de la estirpe madridista, lucha hasta la extenuación, es duro pero noble, un jugador de raza; era el elegido para realizar la gesta que el madridismo recordará eternamente, porque aunque el central sevillano no consiguió el gol de la victoria como Mijatovic en la séptima o Zidane en la novena, Sergio marcó el gol del empate en el tiempo de prolongación cuando ya prácticamente no había posibilidades de empatar. Su gol elevó la moral del equipo, que salió a comerse al Atlético en la prórroga, insufló energía a los que no la tenían, animó a los que más lo necesitaban y ayudó a los que sin aliento deambulaban sobre el terreno de juego.
El gol tuvo un efecto letal para el Atlético, el equipo de Simeone comenzó la prórroga groggy
El gol tuvo un efecto letal para el Atlético, el equipo de Simeone comenzó la prórroga groggy, como el púgil que ha recibido un derechazo que sabe que le tumbará en la lona. El Madrid, a base de fe y creencia, comenzó a llegar a la portería de Courtois. Era como si el partido hubiera comenzado de nuevo, y así llegaron los goles. Di María se mostró intratable, y aun estando en la reserva de su combustible, se echó al equipo a las espaldas para ser el gran protagonista de la prórroga. Gareth Bale, Marcelo y Cristiano Ronaldo hicieron el resto de goles, llevando a Concha Espina la décima Copa de Europa.
El Madrid suelta lastre, es un equipo de máximos, hace doce años que ganó la novena Copa de Europa y no pasó un día hasta el sábado en el que no se escuchara ‘la décima’. Carlo Ancelotti llegó a tildar de obsesivo el mensaje del club, pero una vez conseguido el madridismo comenzaría a sentir un gran de alivio.
Por cierto, es la Copa de Europa del gran Carlo; ha sido el italiano el que ha llevado a este equipo a su equilibrio, ha domado los egos, ha conseguido crear un clima de compañerismo y amistad en un vestuario que históricamente ha sido intratable. Ancelotti ha demostrado que los triunfos pueden llegar de la mano de la elegancia, del señorío, de la honestidad, del fair play, de la bondad, alejándose de las malas formas, la tensión y el conflicto continuo que propiciaba su antecesor en el cargo. Nunca jamás he visto a unos jugadores querer tanto a su entrenador; la final nos dejó imágenes impagables: el bondadoso entrenador posando con la Copa de Europa en compañía de los hijos de Xabi Alonso y de Marcelo. Hay que querer mucho a un entrenador para pedir que pose junto a tus hijos. En las celebraciones del Bernabéu, Carlo fue el protagonista, tuvo la osadía de cantar el himno de la décima frente a ochenta mil espectadores. Delante estaban abrazados sus jugadores, que miraban al técnico con ternura y admiración.
Mención especial para el Atlético, qué enorme club, qué digno finalista, qué temporada tan extraordinaria, qué grandísima afición. Matrícula de honor para el club colchonero, para su entrenador, para sus jugadores y para su afición. Lo vivido en el Estádio da Luz de Lisboa con una afición entregada a su equipo tras perder de forma cruel la Final está dentro de los momentos más bellos de esta competición. El destino volvió a ser inhumano con el Atlético. Hace cuarenta años le empataba el Bayern de Múnich en la Final de la Copa de Europa en el último minuto, forzando un partido de desempate que acabó perdiendo. En Lisboa se calcó la misma tragedia para sufrimiento de la parroquia rojiblanca, pero no olvidemos que este club es muy grande y que esta temporada ha sido enorme con el título liguero y llegando a la Final de la Champions.
Si vas al Bernabéu pasa por el museo; es conmovedor ver tantos trofeos. Las diez Copas de Europa deslumbran, engrandecen a un club que es de leyenda, que es universal. Eso sí, la grandeza tiene sus exigencias: a partir de hoy en Chamartín solo se escucha una expresión: ‘a por la undécima’.
© Antonio Muelas, 2014 { [email protected] }
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