La última revolución en la forma de jugar al fútbol, que llevó a la Selección española y al FC Barcelona a lo más alto de su historia, es en estos momentos continuamente cuestionada. Parecía la fórmula perfecta (y definitiva) hace apenas unos meses; ahí quedan las miles de páginas escritas que cantaban sus alabanzas.
Pero toda innovación acaba caducando. El efecto sorpresa es contrarrestado por otras fórmulas que lo anulan. Las fortalezas se relativizan. Las debilidades se agrandan. Si esto es lo que pasa en cualquier orden de la vida, ¿por qué no iba a ocurrir también en el fútbol?
Los aficionados del Barça se plantean si la que ha sido su identidad ya no sirve de nada, y los seguidores de la Selección se preguntan si en el próximo Mundial de Brasil 2014 no nos veremos algo más que superados por nuestro modelo de juego ahora en entredicho.
El temor parece aún más fundamentado cuando la final de la Copa de Europa van a disputarla dos equipos españoles que no practican el tiqui-taca. A la final no han llegado ni el Barça ni el Bayern… ¿Qué modelo debe seguir entonces la Selección española?
Seguramente la solución no esté en la resolución de un falso dilema. Seguramente se trate de incorporar todo lo que de positivo puede ofrecer el modelo de juego que tantos éxitos conquistó en el pasado reciente, pero sin ser esclavo del mismo: que el tiqui-taca deje de ser el modelo, para convertirse en un recurso táctico, aplicable donde y cuando convenga, pero no por principio, porque ya no es la innovación que fue en su día.
Mientras tanto, soñemos con una nueva revolución. Si la última vino de la mano de Luis Aragonés y de Pep Guardiola, ¿quiénes serán los protagonistas de la próxima?
Luis Navarro, Soria.
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