El fútbol comenzó siendo un juego, y enseguida se convirtió en espectáculo. Muy pronto se hizo deporte, y finalmente devino también negocio.
Podríamos preguntar ‘Dime cuántos años tienes, y te diré si disfrutaste jugando al fútbol’. Porque cuando el fútbol era fundamentalmente un juego, el placer era su único objetivo. Pero cuando el fútbol es fundamentalmente un negocio… se contamina de la oscuridad propia de tantos otros negocios…
Hace unas décadas, cuando todavía se jugaba en la calle, el fútbol era el juego preferido de millones de niños en todo el mundo. Hoy día vemos con peligrosa frecuencia que a niños muy pequeños se les somete a una presión por ganar que nada tiene que ver con el juego. Fue Jim Rodgers quien dijo: “No dejéis que el placer de la competición sea mayor que la presión de la competición”. Y la consigna de Vicente del Bosque a los jugadores de la Selección española antes de salir a jugar la final del Mundial de Sudáfrica fue: “Disfrutad al máximo del partido” (por algo es el mejor entrenador del mundo…).
La presión es normal en la mayoría de trabajos y, hasta cierto punto, podría ser comprensible que profesionales adultos supieran gestionarla. Pero eso no se puede exigir a los niños… de ninguna manera. Es inhumano y antieducativo, además de falso. Los clubes que poseen las canteras más productivas se prohíben a sí mismos utilizar como motivación fomentar la creencia, en los niños que en ellas se forman, de que van a llegar a ser grandes estrellas. Quienes desde la torpeza utilizan estos argumentos no saben o no les importa el daño que a corto plazo pueden hacer a esos pequeños seres humanos. De los millones de niños que cada semana juegan al fútbol en todo el planeta, sólo diez o doce, como máximo, por generación, pasarán a la historia. La inmensa mayoría, millones y millones, ni siquiera llegarán a ser profesionales, y vivir con esta tensión y esas expectativas acaba muchas veces en traumatizantes frustraciones de las que nunca se recuperan.
En el lenguaje de la calle se oye decir, desde hace unos años, que un club ‘ha comprado’ a un jugador. ¿Te imaginas que se dijese que una empresa ha comprado a una secretaria? Los seres humanos no se compran; en todo caso, laboralmente se contratan.
Con la excusa de que las grandes figuras ganan mucho dinero, se pretende justificar que en los estadios se les insulte cuando no rinden como se espera. ¿Te imaginas que en tu puesto de trabajo tuvieras a cien mil personas juzgando si te equivocas, dispuestas a gritarte los insultos más denigrantes?
Todos los amantes del fútbol podemos hacer algo por evitar estas aberraciones y devolverlo a lo que originalmente fue…
El colmo de todo esto es el tráfico de niños: 20.000 niños africanos mendigan en las ciudades de Europa después de haber sido abandonados por sus ‘representantes’ futbolísticos, según Ronny Van der Meij, abogado especialista en derecho deportivo. La ONG Culture Foot Solidaire y el exfutbolista camerunés Jean-Claude Mbvoumin denunciaron esta monstruosa práctica de esclavitud en el Parlamento Europeo.
Samuel Eto’o prometía “correr como un negro para jugar como un blanco”. Jamás imaginó la macabra idea que había dado a desalmados que, en países empobrecidos de África y Latinoamérica, captan a niños ilusionados con una vida mejor, y después los abandonan en Europa. La FIFA prohíbe expresamente que se contrate a menores de fuera de Europa, pero los depredadores tienen sus trampas: becas falsas, pasaportes falsos… Llegan a engañar a las mismas familias de los niños, que se endeudan de por vida para poder pagar el viaje de sus hijos.
Cuando los niños llegan a la ‘tierra prometida’, la realidad es muy diferente para casi todos ellos: si no cumplen las expectativas o se lesionan, pueden acabar abandonados a su suerte, lejos de sus familias, sin opción de retorno.
Una película hispano-portuguesa (‘Diamantes negros’, Miguel Alcantud, 2013) trata de denunciar lo que está sucediendo, documentada en casos reales.
Por fortuna, junto a este horror, también existen clubes que crean escuelas de fútbol en los países de origen de los niños, y los atienden de manera impecable. Aunque eso requiere grandes presupuestos.
Todos los amantes del fútbol podemos hacer algo por evitar estas aberraciones y devolverlo a lo que originalmente fue, mostrando educación en los estadios y especialmente delante de los niños, exigiendo eso mismo a los jugadores profesionales, fomentando el juego limpio, ayudando a los padres que presionan a sus hijos a hacerles ver que se equivocan, denunciando a los energúmenos disfrazados de entrenadores infantiles que se creen con derecho a humillar a los pequeños, optando por políticas educativas orientadas a la cooperación y al respeto, y no a la pura y salvaje competición que todo lo justifica, exigiendo leyes que protejan más eficazmente a los niños de cualquier tipo de depredadores y de los malos ejemplos.
J. López.
Ldo. en F. y Ciencias de la Educación y Entrenador de Fútbol.
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