Brasil, Mundial de 1950. Casi 200.000 personas se concentraban en Maracaná para ver cómo Brasil se coronaba Campeona del Mundo. El guión se cumplía a la perfección: apenas comenzado el segundo tiempo, Friaça, en jugada personal, marcaba el primer gol para la canarinha batiendo por debajo al meta uruguayo Roque Máspoli.
A partir de ese gol en el minuto 47, la torcida celebraba aún más si cabe la victoria, los periódicos preparaban sus ediciones especiales, todo el país esperaba el paseo triunfal por las calles de Río de Janeiro… ¡Brasil Campeona del Mundo!
En el campo, Varela, el aguerrido capitán de los uruguayos, protesta enérgicamente ante el árbitro inglés, que lo mira como si fuera un extraterrestre; continúa dialogando con el juez de línea; finalmente cruza el campo lentamente con el balón en las manos como si el tiempo fuera a favor de Uruguay. Nadie lo intuía, ni sus propios compañeros, pero esa maniobra de Varela era el principio del ‘maracanazo’.
Varela, apodado ‘El Negro Jefe’, sabía que con aquel ambiente en contra y con los antecedentes en los partidos previos de Brasil (siete goles a Suecia, seis a España), la goleada era más que previsible. “Ahí me di cuenta que si no enfriábamos el partido, esa máquina de jugar al fútbol nos iba a demoler. Lo que hice fue demorar la reanudación del partido, nada más.”
Quizás la presión por ganar hizo mella en los brasileños, pero lo cierto es que Uruguay continuó atacando con peligro la meta defendida por Barbosa, hasta que en el minuto 21, el pequeño y hábil `puntero’ Ghiggia centra al interior del área desde la derecha y Schiaffino remata en el primer palo: Uruguay empata el partido; sin embargo ese 1-1 le bastaba a Brasil para ser Campeones del Mundo. Hay que recordar que en 1950 en caso de empate ganaba el equipo que había conseguido más puntos en el campeonato.
Pero estamos hablando de Brasil, por lo que no era posible conseguir el campeonato con un mísero empate, así que el público reclamó la victoria y los jugadores se lanzaron a conseguir el segundo tanto. Los uruguayos aguantaban los envites de los brasileños y aún se permitían lanzar algún ataque con peligro sobre la meta de Barbosa.
Llega el minuto 34, Ghiggia repite jugada por la derecha, el lateral Joao Ferreira ‘Bigode’ no puede pararlo, pero esta vez, en lugar de centrar al área, dispara directamente a la portería raso y pegado al poste derecho. El portero Barbosa, intuyendo que Ghiggia iba a repetir la jugada anterior, dio un nefasto paso al frente para cubrir la entrada de los delanteros y no pudo hacer nada para impedir que el balón llegara al fondo de la portería. A partir de ahí el silencio se apoderó de Maracaná y de todo Brasil: el silencio más estremecedor de la historia del fútbol.
En Uruguay miles de charrúas que permanecían pegados a la radio escuchando el relato de Carlos Solé saltaron de alegría, lo imposible estaba pasando, habían dado la vuelta al partido, habían dado la vuelta al Mundial.
Pero aún quedaban once minutos para que Brasil consiguiera el gol del empate, empate que nunca llegó, pese a los ataques desesperados de los brasileños que hasta contaron con una última y peligrosa ocasión en un lanzamiento de córner casi al final del encuentro.
Finalizado el partido, se acababa de gestar la leyenda del ‘maracanazo’. La prensa brasileña calificó aquella derrota como la mayor tragedia de la historia de Brasil. El país enmudeció, nadie pensaba en una derrota brasileña, ni siquiera el presidente de la FIFA Jules Rimet que años después recordaba:
“…Todo estaba previsto, excepto el triunfo de Uruguay. Al término del partido yo debía entregar la Copa al capitán del equipo campeón. Una vistosa guardia de honor se formaría desde el túnel hasta el centro del campo de juego, donde estaría esperándome el capitán del equipo vencedor (naturalmente, Brasil). Preparé mi discurso y me fui a los vestuarios pocos minutos antes de finalizar el partido (empaban 1 a 1 y el empate clasificaba campeón al equipo local). Pero cuando caminaba por los pasillos se interrumpió el griterío infernal. A la salida del túnel, un silencio desolador dominaba el estadio. Ni guardia de honor, ni himno nacional, ni discurso, ni entrega solemne. Me encontré solo, con la copa en mis manos y sin saber qué hacer. En el tumulto terminé por descubrir al capitán uruguayo, Obdulio Varela, y casi a escondidas le entregué la estatuilla de oro, estrechándole la mano, y me retiré sin poder decirle una sola palabra de felicitación para su equipo… ”
Uruguay se había convertido por segunda vez en su historia en Campeona del Mundo, y Brasil acababa de vivir la más dolorosa derrota de su historia, derrota que les ha acompañado desde entonces. ¿Conseguirá la Selección española otro ‘maracanazo’?
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